«Vivir con tantos personajes juntos es raro», dijo riendo Marcelo Bucossi cuando conversábamos sobre las obras que ha representado en los últimos años.
Desde un papel chiquitito en Un guapo del novecientos, en un grupo de teatro de Chacabuco, hasta los papeles protagónicos que hoy desarrolla, Bucossi ha encontrado en el teatro su lugar y se ha convertido en un maestro. La Cazuela ha tenido la oportunidad de conversar con él y, de la charla, surgieron los temas claves en el trabajo de un actor y algunos secretos sobre la apasionante tarea de llevar al cuerpo y hacer realidad la ficción creada por otro artista, ya sea dramaturgo, escritor o poeta.
Haroldo Conti, Fernando Pessoa, Próspero, figuras más anónimas como el mayordomo de la casa presidencial y tantos personajes más conviven en el imaginario del actor que aporta a cada uno de ellos un rasgo único. Parecieran haber habitado desde siempre en su imaginario. Pronto, nos sorprenderá con otra creación, y previo al estreno de Abandonemos toda esperanza, así fue la charla con Marcelo Bucossi, el creador de creadores.
Un personaje mínimo pero fundamental
¿Te acordás de tu primera obra?
Hice mi primer personaje, a los dieciséis años, en Un guapo del novecientos, de Samuel Eichembaun. Éramos veintinueve personajes, y yo hacía un muchachito de la calle… mis primeros maestros fueron Coca y Miguel Benac, que tenían un grupo de teatro en Chacabuco.
Mi hermano había empezado a hacer teatro con ellos el año anterior, y, como a mí me gustaba muchísimo, iba siempre con él a los ensayos. Yo tenía una voz finita y era muy tímido, pero aun así, le hablé a la directora y le dije que quería actuar, y ella me respondió que, cuando cambiara la voz, ella me daría un papel. Al año siguiente, como había un personaje que podía tener esa voz finita como la mía, fue mi debut, el 28 de septiembre de 1974. Desde entonces, no me bajé nunca más de un escenario.
Aprendí muchísimo de ellos y siempre recuerdo con mucho cariño sus clases. Ellos me dieron las bases, desde cómo pararte en el escenario, me cambiaron la voz… después vinieron otros grandes maestros, por supuesto…
Próspero, el padre protector
Nunca es fácil componer y llevar al cuerpo un personaje de Shakespeare. Muchas veces se compara el papel de Próspero con la figura de superación del Doctor Faustus, de Marlow. Harold Bloom, uno de los especialistas más importantes de la obra de Shakespeare, afirma que Próspero es el antiFausto sobre todo por la dureza con que trata a todos aquellos que están a su cargo.
Próspero siempre ha sido un enigma, y uno de los aspectos más intrigantes de su figura es su comportamiento final, sin embargo, en tu versión, encontraste la consistencia adecuada para la elaboración del personaje. Todo resulta natural a los ojos del público. ¿Cómo fue el proceso de creación de Próspero?
Originalmente, yo iba a hacer de Alonso, el padre de Fernando, y por un problema de salud del actor que iba a hacer de Próspero, me tocó cambiar de papel.
Uno de los objetivos que me planteé, entonces, fue mostrar un ángulo más paternal del personaje del texto. Lo que más me interesaba era trabajar sobre el vínculo entre Próspero y Miranda: una relación de padre e hija, en una isla, prácticamente solos, salvo por Calibán y Ariel. Es una figura de autoridad, pero es padre y madre de esta chica que, aun en un ámbito salvaje y brutal, Próspero le transmite a Miranda los valores de la nobleza, y ella se cría noble a pesar del entorno.
Es curioso porque, en el texto original, es un poco tajante el desenlace en el que un Próspero más hosco decide dar a su hija en matrimonio.
Claro, cuando la entrega a Fernando, mi versión de Próspero ya venía observando que su hija era una mujer y que ya era tiempo de soltarla. Ya desde la escena en que le pide que recoja los leños, él se da cuenta de que hay algo especial entre ellos dos. Él sabe que tiene que dejar crecer a su hija y que se encuentre con ese amor, que es el generador del cambio.
¿Cómo conciliaste el odio hacia los otros personajes con el amor que siente por Miranda?
El odio por los seres del pasado, sobre todo, al comienzo, cuando desata la tempestad, está pensado desde lo destructivo. Con la ayuda de Ariel, hay un goce, un disfrute en la destrucción, pero siempre dentro de ciertos límites, como no lastimar a los tripulantes a pesar de haber provocado el naufragio. De todos modos, hay un placer en la venganza que lo muestra a Próspero en una posición cercana a lo sádico, aunque no busque hacer grandes daños.
Es un personaje multifacético en ese sentido, porque con Calibán la relación es más extraña. Al recortar el texto original, se sacaron muchas de las escenas, en especial, las más violentas, entre Próspero y este ser tan detestable. Si bien no hay amor en este vínculo, hay una especie de lazo paternal con este personaje, como si fuera «ese hijo que no pudo encarrilar».
Para mí, la clave de tu elaboración estaba en las múltiples caras de un padre: el que defiende, el que protege, el que ataca, el que reta… un rasgo que Shakespeare no había dejado claro en el personaje.
Sí, es cierto. Pero el personaje se creó de esa manera casi naturalmente durante los ensayos. Un poco, por la premura con que se desarrolló; otro tanto, por cierta angustia creativa que no permite reflexionar mucho durante el trayecto… Próspero es uno de los personajes más lindos del Teatro Universal.
Pero también es uno de los más temidos…
Sí, sobre todo, por esta ambivalencia propia del personaje que comienza como en una tragedia pero que lleva a un desenlace lleno de situaciones de comedia. De hecho, por esta razón, no quise ver versiones de otros hasta tanto no hubiéramos estrenado. No quería verme influido por la visión de otros. Quería darle una impronta impersonal.
Me pareció siempre que, a pesar de lo estricto, era necesario trabajar en Próspero un rasgo de humor que le es propio, como cuando le da ese reto terrible a Ariel y le dice: «te voy a volver a clavar en roble —y enseguida cambia el tono—, pero, si te portás bien, te voy a liberar en dos días». Con Ariel, también hay un vínculo de respeto y de cariño, sobre todo, por su fidelidad.
Roberto, el escritor en un dilema
Florencio Sánchez es un escritor muy difícil de llevar a escena, sobre todo, por la sencillez de sus tramas. Los temas de sus obras son trascendentales, y, despojando de contexto esos temas, se pueden considerar los problemas de los personajes como universales. En el caso de Los derechos de la salud, para mí la clave de Roberto, el protagonista, es el dilema…
… Claro, la obligación moral sería una, pero hay una fuerza interna que aparece y, en la acción, lo lleva a hacer otra cosa. Es un personaje maravilloso. Es un ser tironeado por dos fuerzas, a partir de ese primer contacto físico que tienen en la primera escena, cuando él la toma por la cintura, en un roce, y que, al menos desde mi lugar como actor, lo trabajo como si fuera algo inimaginado hasta el momento… Si bien es probable que haya tenido un acercamiento previo, ese es el momento en que toma conciencia de que algo pasa entre él y su cuñada.
En el guion, la disputa del amor queda del lado de las hermanas, y no se focaliza tanto, desde la historia, en lo que le pasa a Roberto.
Sí, porque ellas sí definieron quién correspondería al amor de este personaje. El personaje que encarna Lorena Szekely, la cuñada, lucha contra sus impulsos y, por el amor que tiene por su hermana que está muriendo, decide irse.
En cambio, él no solo no puede irse, sino que elige quedarse y tiene que seguir luchando con el dilema a cuestas. Siempre me sedujo como tema para trabajo actoral el modo en que una enfermedad instalada en la familia transforma las relaciones. Roberto la aparta de sus hijos, de todo el entorno, y, en consecuencia, los personajes deben cambiar de roles a partir de esa enfermedad y reacomodarse.
Pero además, el personaje vive con el peso de haber tomado esas decisiones…
Es terrible para un hombre haber decidido llevar a su esposa lejos de su familia para su recuperación, y después tener que traerla para que pueda morir en su casa… Este impulso de vida que nace a partir de su relación con la cuñada es en lo que me apoyé para comprender las acciones de Roberto. Entre tanta muerte, este amor tiene que ver con la vida, pero a la vez es tremendo, porque se trata de la hermana de su mujer…
También lo terrible está en que la mujer convaleciente y la hermana, los dos amores del protagonista, conviven en la casa el tiempo en que transcurre la obra.
Era muy común en esa época que un hombre viudo se casara con la cuñada soltera. Pero, en el caso de este personaje, todavía está viva. Aunque es claro que él no quiere morir con ella, la respeta y siente cariño por su mujer, la cuida y por eso rompe su escrito sobre Los derechos de la salud.
Es interesante esa puesta en abismo entre el nombre de la obra de teatro y el nombre del escrito de Roberto, porque trae el problema a este mundo, a nuestra realidad… Se nota que te gusta elaborar personajes escritores.
La vida de los escritores siempre me apasionó. Es un oficio que admiro muchísimo: el hecho de una persona que, del papel o de la nada, puede crear un mundo al que todos podamos ingresar de diferentes maneras, me parece algo mágico. Me fascina como actor indagar sobre cómo un hombre puede crear una ficción y ponerle un cuerpo a esa figura.
¿El hecho de ser instrumento para la creación de un escritor te genera algún temor?
No. En general, me gusta el desafío y, quizá, por eso no me da miedo, aunque sí un poco de ansiedad el día del estreno. Zambullirme en el mundo del creador me encanta. Por ejemplo, con Pessoa, disfruté mucho de incorporarle tics al personaje, los problemas de vista… Como no tenía registro fílmico, era todo un gran espacio para la creación y para el juego: tenía que imaginarme cómo caminaba, cómo fumaba, cómo hablaba con la gente… En el caso de Haroldo Conti, sí había grabaciones, entonces podía verlo en acción y podía crear desde mi visión sobre lo que está documentado.
¿Nunca te dieron ganas de escribir teatro?
No. Desde los catorce años que estoy en el mundo del teatro, y siempre me gustó actuar y la docencia. Lo que me gusta es poder materializar aquello creado por otro. Los personajes que son creadores me intrigan.
Me atrae desde lo actoral trabajar con esa angustia que tienen los escritores antes del momento de creación. Los actores también viven una angustia parecida, pero me da la sensación de que, en los escritores, es más fuerte ese sentimiento. Desde ese lugar, es fascinante indagar sobre ese mundo que está por surgir de la mente del poeta hasta el momento en que, después de tanto trabajar, aparece la musa inspiradora, todo fluye y, finalmente, llega el placer cuando todo se ve plasmado en la hoja escrita.
Pero, por más que compartan el arte de la escritura, los escritores a los que les has puesto el cuerpo viven angustias diferentes, creo. Por ejemplo, Pessoa sufre por esos personajes que viven en su cabeza, mientras que, en el caso de Roberto, en Los derechos de la salud, el personaje sufre por la culpa de haber escrito ese texto.
Por eso hay un instante previo al momento en que rompe el original que es sumamente doloroso. La cuñada le pide que no lo rompa, que es su obra. Es una decisión muy difícil.
El creador de la memoria
Ahora estás trabajando sobre un sociólogo que busca recrear el pasado, en Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte.
Se trata de una obra escrita y dirigida por Gabriela Izcovich, en la que dos parejas (Roberto Castro, la propia Gabriela Izcovich, Mercedes Fraile y yo) viajan a su pueblo a hacer un documental, un video, sobre ese pueblo que ya no existe. Cuando Gabriela me mandó la obra, me interpeló bastante porque yo soy de Chacabuco, y había cosas que estaban escritas ahí y que me movilizaban.
Hay algo del personaje que mueve a experimentar una infinidad de sensaciones que me toca muy de cerca. Cuando llevamos a Chacabuco La Tempestad, hacía un tiempo que yo no iba para allá, y fue muy movilizante a partir de situaciones muy cotidianas de otro tiempo. Antes de la obra, fuimos a comer al restaurante que está al lado del teatro del Círculo Italiano, y los recuerdos se me precipitaban, porque era el lugar adonde mi papá iba a comer todos los mediodías, por ejemplo. Fue un viaje por el túnel del tiempo que me sirvió muchísimo para trabajar a este personaje que también se encuentra con que el pasado ya no está presente.
En el caso de Siempre hay que irse…, Gabriela le incluyó unos toques de humor a la obra que la vuelven una comedia dramática muy divertida.
El mayordomo, el pilar de la casa
En Los sirvientes, tu personaje también es una especie de hacedor, un creador del mundo privado, el sostén de la casa presidencial. ¿Cómo supiste que ese personaje era para vos?
En 2015, estaba trabajando en Andamio 90, un 1.° de julio, y yo estaba mirando imágenes del día de la muerte de Perón. Andrés Bazzalo me llamó por teléfono y me propuso trabajar en «una obra que gira en torno a la muerte de Perón», mientras yo estaba mirando que, en la pantalla de la computadora, tenía la imagen del féretro de Perón. Era obvio que tenía que hacerlo, no era una situación casual… Después la leí, y me encantó el personaje.
Es un ser riquísimo porque es el que comanda todo, el jefe, el que tiene el poder, y, a la vez, es el más débil de todos ellos, me parece a mí. Una de las cosas que trabajamos fue la cuestión de la homosexualidad, tan reprimida en ese contexto, en ese lugar, con López Rega al mando de la Triple A bajo el mismo techo.
Entonces, el mayordomo se sostiene y lucha desde el lugar de ser quien tiene el poder, y que hace todo lo posible para que no se note su homosexualidad, hasta que, finalmente, al chofer le dice que sufre «por otras cosas». También es el que se muestra con las heridas abiertas, porque el sobrino es uno de los primeros desaparecidos, aunque la historia se cuente de soslayo.
Quizá lo que le permite ser el sostén y el eje sobre el cual se articula toda actividad en la casa sea el amor y la responsabilidad con que asume su trabajo.
Es cierto. Cuando ensayábamos pensábamos quiénes eran los personajes que eran peronistas, y mi personaje no lo era, al menos, yo lo sentí así. Él era el que amaba la casa, el funcionamiento, tenía un buen vínculo con la Señora, pero no compartía el ideal peronista con ella. En cambio, el chofer, por ejemplo, el sí era peronista, un militar retirado de la época de los dos gobiernos de Perón.
El mayordomo es un hombre humilde, hecho de abajo, que cumple con excesiva responsabilidad y hace que todos cumplan con su deber con la misma seriedad y respeto. Él es fiel a su Señora.
Para mí, lo más fuerte del personaje era que amaba su trabajo, a pesar de que lo encierre y lo atrape para siempre en esa casa.
Sí, es cierto, el personaje no tiene salida. Todos los demás tienen una vía de escape, incluso la asistente de la cocinera que tiene un serio problema madurativo… hasta ella logra irse. Eso es lo que hace interesante al personaje, él acompaña y es el sostén de la casa, incluso, a pesar de que los tiempos que se avecinan para la trama (y en nuestra historia nacional) son nefastos. El personaje cuenta e interpela al público, pero no desde una perspectiva no partidaria, y tampoco busca persuadir. Él se abre a la gente y relata su punto de vista... Creo que lo que más sorprende es su fidelidad a la señora, que provoca celos en los demás sirvientes, en ese mundo de competencias por salvarse.
Un padre destructor
Y ahora se viene otro personaje de Florencio Sánchez…
Así es, de En Familia, de Florencio Sánchez, Alfredo Martín hizo una versión ambientada en los años veinte, y le agregó algunos personajes a la obra original… Es maravilloso el texto desde un montón de perspectivas. Si bien está ambientada en otro tiempo, a veces uno entiende cómo un montón de familias disfuncionales de ahora devinieron de problemáticas que se plantean en la obra. Es tan patética la familia que propone Florencio Sánchez que es imposible no reflexionar sobre los vínculos después de verla.
Era un tema recurrente en la producción de Florencio Sánchez, sobre todo, el tema de la frustración de las relaciones o de la institución de la familia.
Sí… Los miembros de esta familia son terribles. Lo que más trabajamos fue en el patetismo de los personajes. Aparecen cosas muy divertidas en los ensayos, pero no desde lo reidero, sino desde las posibilidades que ofrece en la exploración de las historias, la decadencia de estos personajes y la profundidad de la degradación de una familia que tiene una hija que quiere ser estrella de radioteatro, como pasaba con muchas jovencitas en esa época; otra hija, la mayor, que está por entregarse a la prostitución como una vía para salvarse.
En esta obra, el hijo, a diferencia de otras obras de Florencio Sánchez, asume la responsabilidad de salvarlos a todos, y el padre —mi personaje—, que es jugador, arruina toda posibilidad. El hijo le da la última plata que tiene para ayudarlos, y el padre se gasta todo en el juego… La maravilla del modo en que están escritas las escenas es que se trata de esas situaciones en las que quizá el público puede encontrar un lado gracioso, pero al instante la risa se queda congelada, y uno se pregunta «de qué me estoy riendo».
¿Cómo es vivir con tantos personajes? Sin duda, ha de ser raro, pero la maravilla de componer personajes, que a su vez son creadores, parece ser el sello que describe el arte de la composición actoral de Marcelo Bucossi.
Esta entrevista fue publicada en La Cazuela el 30/8/2017