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Foto del escritorNuria Gómez Belart

Tiapatria

Durante más de una década trabajé como profesora de Lengua y Literatura en un colegio secundario especial para repetidores, adolescentes con problemas de cualquier naturaleza y simplemente vagos. Una población estudiantil variopinta e impredecible, de la cual surgieron muchos adultos que hoy me llenan de orgullo. Hoy no voy a escribir una reseña más, porque la identificación es muy fuerte en muchos aspectos. Asumo que Julia y Jorge sabrán entender y me perdonarán la transgresión.

Los ojos azules enormes, expectantes, atentos a cualquier movimiento. El guardapolvos tres talles más grande, para que pueda ponerse el pulóver por debajo, el nido de caranchos con forma de melena rubia, la nariz roja correctamente instalada en el centro de todo y las botinetas del tiempo de María Castaña. La maestra está lista para cumplir con su deber: presentar un acto patrio en el patio de la escuela ante todos y cada uno de los habitantes de la escuela. Así comienza Tiapatria, la obra de Julia Muzio, dirigida por Jorge Costa y Gabriel Paez.


Las palabras faltan, la tos se precipita, los papeles se caen, se confunden y se amontonan, al igual que los auxiliares, los maestros, los directivos, los alumnos, los repetidores, Jorgito, el de maestranza, los padres, Sarita —que está en la puerta— y la tía de la maestra. Las palabras constituyen un lenguaje sin sentido que todos comprendemos.


Una sucesión de estampas escolares conforma la trama, en la que el público queda inmerso en el mundo onírico de una mujer que está sola con sus pensamientos. Tres son los textos que se interpolan en la pieza dramática: «Continuidad de los parques», el «Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj» y la «Tía en dificultades», y es evidente en escena el coqueteo físico y textual entre la protagonista y Julio Cortázar.


El aula, con los chicos que buscan cualquier excusa para no entrar, y un examen que dilata la lectura preferida. Entre chistidos y miradas de advertencias, la maestra se va desgajando línea a línea de lo que la rodea hasta sentir que la cabeza descansa cómodamente sobre la mano y que los ojos se dejan llevar por las palabras de su autor favorito en una danza surrealista donde los libros se vuelven pájaros de vuelo tan apasionado como libre.


La realidad de la campana la expulsa de ese mundo onírico. La segunda parte del acto patrio se deconstruye en una amenaza al pobre alumno que está feliz de haberse convertido en el regalo para un reloj que lo esclavizará el resto de sus días. El chico será como sus padres, que hacen las mismas maldades en clase desde el comienzo de los tiempos: el zumbido, la selva —en mis clases, teníamos la granja, tal vez porque a mis alumnos no se les ocurría imitar a otros animales cuando me daba vuelta para escribir en el pizarrón—, la risa culminante en un ronquido, el chicle en el pelo de la maestra y ese criterio inexacto con el que se llamarán algunos por su apellido; otros, por su diminutivo o el apodo, y unos cuantos solo serán «a ver, alumno».


La tía es lo auténtico, la única que le da sentido al esfuerzo de hacer patria en plena adversidad. La tiapatria se inmiscuye en la rutina de la clase y en los pensamientos de la maestra. Se vuelve temor y angustia. Entonces, solo queda un camino: la fragilidad efímera de la vida debe ser aceptada ante una caída próxima, de espaldas. Caída inevitable y necesaria, para asumir aquello que se teme y dejar espacio para que la imagen dulce de la tiapatria acompañe la soledad compartida de esta maestra que se roba el corazón del público con sus ojos azules expectantes, el nido de caranchos por melena rubia, la nariz roja y las botinetas del tiempo de María Castaña.


Ficha de la obra

Autoría: Julia Muzio

Actúan: Julia Muzio

Escenografía: Pablo Cordero Jaure

Música: Luis Sticco

Diseño gráfico: Renata Cymlich

Prensa: Tehagolaprensa

Puesta De Luces: Jorge Costa

Dirección: Jorge Costa, Gabriel Paez

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