El teatro es un juego maravilloso. Un juego, en el que nos convertimos en testigos y cómplices de las historias que se desenvuelven ante nuestros ojos. Iván Hochman, en Yo también me llamo Hokusai, le hace honor a ese juego.
Esta obra es una experiencia única que desafía las convenciones teatrales para explorar temas profundos como el arte, el amor, la fama y el fracaso. Protagonizada por Iván Hochman, conocido por su destacado papel como Fito Páez en la serie con la que lloró todo un país, la obra zambulle al público en una ola gigante, como la que pinta Katsushika Hokusai: La gran ola de Kanagawa, y deja una impresión duradera en el espectador, y esto último no es una frase hecha. Vi esta obra dos veces: el día de su estreno en el Teatro Picadero, y su anteúltima función, en El Galpón de Guevara. En las dos oportunidades, salí con la certeza de que el teatro tiene la extraordinaria capacidad de permitirnos volver a jugar sin miedo al fracaso.
La escena comienza con un intérprete que se aventura a componer su primer unipersonal. Iván Hochman, en un acto de valentía artística, se esfuerza por distanciarse de su papel aclamado como el icono del rock argentino, y demuestra su capacidad actoral.
Desde el primer momento, Yo también me llamo Hokusai propone un mundo de experimentación narrativa, donde intenta diversas formas de contar una historia. Se trata de un escritor anónimo y sin prestigio que atraviesa un bloqueo creativo, incapaz de crear debido a su profundo dolor por una ruptura amorosa. La ficción parece detenerse cuando el actor siente que esta obra está destinada al fracaso y decide abandonar el proyecto. Sin embargo, lo que comienza como una pieza de teatro convencional se convierte en una reflexión sobre los dilemas existenciales del artista.
Lo que destaca es la forma en que el actor logra equilibrar la comedia y la profundidad emocional. Hace reír al público, mientras plantea temas, como el fracaso y la búsqueda de identidad artística. En el escenario, Ivan Hochman se convierte en el productor, el músico, el técnico de iluminación y, en última instancia, en un artista genuino y multifacético, que nos comparte su vulnerabilidad. Pero además, traspasa los límites ficcionales al incluir en la trama a Tomás Masariche, su mejor amigo, quien lo dirige con certeza y participa en algunas escenas como otra voz artística que interpela al protagonista.
Yo también me llamo Hokusai nos recuerda que el teatro es, ante todo, una experiencia humana. Como afirma Jorge Larrosa, se trata de reivindicar un modo de estar en el mundo, como sujetos vulnerables, sensibles, temblorosos, de carne y hueso, vacilantes en nuestras palabras, nuestros saberes, nuestras técnicas, nuestros poderes, nuestras ideas, nuestras intenciones. Afortunadamente, el teatro, como un juego audaz y revelador, nos invita a cuestionar nuestras propias experiencias, a valorar la vulnerabilidad humana y a apreciar la magia que surge cuando lo imprevisto se entrelaza con la creatividad.
Texto: Jose Emilio Hernández Martín
Adaptación: Iván Hochman, Tomás Masariche
Intérpretes: Iván Hochman
Diseño de vestuario: Laura Copertino
Diseño de escenografía: Laura Copertino
Diseño De Sonido: Maga Clavijo
Diseño De Iluminación: Matías Sendón
Fotografía: Jazmín Robles
Comunicación: Eugenia Sarubbi, Santiago Barneda
Diseño gráfico: Luca Montefiore
Prensa: Eugenia Sarubbi, Santiago Barneda
Producción: Santiago Barneda
Dirección: Tomás Masariche
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