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La perspectiva del sujeto corrector frente al sujeto productor. El problema de las representaciones


La creación literaria es un hecho milagroso. De un conjunto de ideas, el escritor consigue comunicar, mediante el lenguaje, nuevas formas de ver el mundo, compartir sensaciones, enseñar... Y una vez terminada la creación, muchos escritores se ponen en contacto con un corrector para que revise el texto y lo prepare para ser publicado. Lo interesante es que, en muchos casos, en el momento de entregarle el texto, surgen pedidos tales como: Por favor, no corrijas nada.

Entonces, surge la pregunta: ¿Si no lo debo corregir, qué debo hacer? La experiencia dice que hay escritores conscientes de las limitaciones humanas que prefieren la mirada de otro para poder mejorar la escritura, pero suelen ser escritores con mucha práctica en la profesión, y llegan a formar un número reducido en comparación con los demás. La mayoría sólo espera una mirada de aprobación o tiene la creencia de que el texto es perfecto así como está y no admite críticas de ninguna índole.

De estas observaciones, se desprende que la imagen que se tiene del corrector es la de que, en vez de cumplir un rol de colaboración con el autor, se trata de un monstruo que sólo está para señalar errores, y como tal, es un enemigo de toda creación literaria.

Cuando inicié mis estudios en Corrección, una profesora, Mirta Meyer, me enseñó que corregir viene del latín corrigo, que a su vez viene de la expresión cum rego, la cual podría traducirse por «embellecer». Si un corrector tiene por función embellecer el texto (o ayudar al escritor a que lo embellezca), resulta extraño que se lo tome por enemigo, a menos que su ideal de belleza no coincida con el del autor.

He aquí el problema: la corrección implica una toma de posición de un sujeto frente a la producción de otro sujeto. En otras palabras, el corrector, inevitablemente, se convierte en lector de la obra y, como tal, establece un lazo con el texto.

Sabiendo que existe este vínculo, el corrector tiene que adoptar una perspectiva basada en fundamentos teóricos que le permitan resolver las diversas inquietudes de la práctica. Cuando un texto plantea dudas, los resultados finales pueden ser tantos como diferentes puntos de vista haya en juego. Entonces, dependiendo de la perspectiva que se adopte, pueden ser errores, transgresiones intencionales o bien expresiones propias de una norma especializada.

Como lector, el corrector debe tener en claro qué rol cumplirá, pues no todos los escritos están dirigidos a un público al que él represente. Por ejemplo: un libro de cuentos infantiles debe presentar expresiones y un lenguaje accesible a los niños que, seguramente, resultará muy simple para un lector adulto. Por lo tanto, el corrector debe poder ponerse en la piel de un niño y leer el texto desde esa perspectiva.

Ahora bien, la toma de posición del sujeto corrector en relación con la producción se vuelve más compleja, puesto que corregir ya no consiste señalar si una expresión está fuera de la norma estándar, sino la inclusión de éste dentro de la interacción comunicativa.

La alternativa al sistema de corrección basado en teorías lingüísticas formales implica que el corrector debe analizar el texto antes de iniciar su tarea. Tal como se comentó en las Jornadas de Normativa de 2007, el corrector debe tener presente qué conjunto de conocimientos, creencias, supuestos y opiniones poseen tanto el autor como el lector potencial de la obra. Debe comprobar que el texto sea cohesivo y coherente, y que la intención del autor coincida con el discurso manifiesto. Debe tener claro a qué público está dirigida la comunicación para verificar el nivel de informatividad y el grado de aceptabilidad por parte de los lectores. Una vez finalizado el análisis, la corrección deberá realizarse observando la eficacia, la efectividad y la adecuación del texto.

Si se sigue este criterio, se plantea un problema más: el de las representaciones que el corrector tiene del lenguaje.

En la sociología del lenguaje, las representaciones sociolingüísticas son esas ideas compartidas socialmente acerca de las lenguas, ideas que se interponen entre la práctica lingüística real y la conciencia social de esa práctica, como por ejemplo, el inglés es útil para conseguir trabajo. No siempre reflejan la realidad, pero influyen en ella, porque condicionan nuestros comportamientos. Esto implica que la sociedad puede tener una conciencia distorsionada del uso real del lenguaje.

El corrector, como parte formante de la sociedad, tiene su representación del lenguaje. Por lo que, si el sujeto corrector no toma distancia de determinadas cristalizaciones sobre el uso, el proceso de corrección se verá influido por los juicios previos de quien tenga a cargo esta tarea, especialmente, en aquellos textos en los cuales sea evidente que no hay una única perspectiva.

Una de las creencias más frecuentes es la de que «los argentinos no hablamos bien español, lo que se habla en Argentina es una deformación de la lengua de España». Esta creencia ha llevado a muchos correctores a seguir un criterio de origen (en este caso, el español peninsular), en el momento de definir sobre la base de qué normas se corregirá el texto. Entonces, un fragmento como:

Hay otra gente que se queda más en el molde y se aguanta lo que le tiren pero yo en ese aspecto, no sé si para bien o para mal, siempre fui medio retobado, ¿me explico? Pero lo que quiero es dejar la cosa bien clarita con vos como para que entiendas cómo viene la mano y que no estoy tratando, de ninguna manera, de pasarte.

Podría ser corregido de la siguiente manera:

Hay otra gente que no da señales de disconformidad y lo soporta todo, pero yo, en ese aspecto, no sé si para bien o para mal, siempre fui un poco rebelde, ¿me explico? Pero lo que quiero es aclarar contigo las cosas como para que entiendas cómo se van a suceder los hechos y que no estoy tratando, de ninguna manera, de burlarme de ti.

Seguramente el texto se vuelve accesible para cualquier lector que hable español, pero el tono y la caracterización del personaje se perdieron en la modificación del registro. La versión corregida ya no le pertenece al autor, es la producción de otra persona.

Otra creencia es la de que «los adolescentes ya no hablan español, sino que utilizan un código que se basa en un conglomerado de expresiones inentendibles para cualquier adulto». Tómese por ejemplo un discurso de un adolescente actual:

Vos sos re carita ruborizada, man. Gracias XD. No sé dónde corno andarás, seduciendo a alguna blogger, seguro-seguro. Ahh ree.

Para embellecerlo, se podría corregir siguiendo una norma escolarizada de la variante rioplatense y quedaría así:

Sos muy tierno, muchacho. Gracias. Estoy muy feliz. No sé por dónde diablos andarás, seguramente estarás seduciendo a alguna chica que publica textos por la Internet, ¿no?

Como en el caso anterior, el discurso es accesible para cualquier lector, pero deja de ser creíble en cuanto a la configuración del personaje. Asimismo, las formas de expresión cotidianas entre los adolescentes resultan ajenas a la versión mejorada. Si un escritor recibiera este texto como su versión corregida se sentiría, probablemente, molesto por la tarea realizada por el corrector, puesto que se pierde la intención de transgredir ciertos códigos y vuelve claro un mensaje que originalmente era mucho más críptico para un lector estándar.

Una representación también frecuente es que «el mundo de las computadoras deforma el español». En realidad, es parcialmente cierta esta creencia, porque la lengua, como organismo vivo, se modifica en función de las necesidades comunicativas; pero decir que deforma la lengua implica una exageración que nos aleja de la realidad. Cuando se trata de un texto especializado, las normas deben adecuarse a la especialidad que se trate. Por ejemplo, en un manual para técnicos en Informática puede leerse lo siguiente:

Hay ocasiones en las que, por actos desafortunados de cualquier índole, debemos formatear uno de nuestros SO con la desagradable consecuencia de perder el booteo de alguno de los otros SO que compartían la unidad C o bien en disco separado pero unidos por un mismo gestor de booteo.

Entonces, uno puede encontrarse con la esta versión corregida:

Hay ocasiones en las que, por actos desafortunados de cualquier índole, debemos borrar y dar un nuevo formato a uno de los sistemas operativos que se instalaron en la computadora con la desagradable consecuencia de perder el arranque de alguno de los otros sistemas operativos que compartían el disco de la unidad C o que estaban unidos por un mismo gestor de arranque aunque estaban en discos separados.

Si bien el texto parece más accesible a un público académico, no lo es para un lector especializado que está esperando la forma más efectiva de expresar el contenido y, como señal de entendimiento, diría: ah, no booteaba el SO.

Un último ejemplo va en relación con el uso de las normas actualmente registradas por las academias. Específicamente me referiré al caso del acento diacrítico en los pronombres demostrativos. Si bien la norma indica que sólo deben tildarse los casos en los que se produzca una anfibología, muchos escritores aún prefieren mantener la tilde para distinguir la función sustantiva de la adjetiva. El comentario de la mayoría es: dejalo con la tilde porque, si no, los lectores creen que me equivoqué.

Como se dijo, las lenguas son organismos vivos y, aunque se modifican constantemente, hay también una tendencia que subyace a mantener las estructuras anteriores. Aquí también se plantea un problema para muchos correctores que, en su afán de seguir un criterio de autoridad y seguir las normas en la versión actualizada, modifican el texto y dejan a un lado la representación lingüística del autor, y con ello, modifican su estilo. Es importante, aunque las normas se hayan actualizado, dejar en claro con el autor qué actitud tomar al respecto, puesto que no todos se adecuan a las nuevas tendencias.

En los ejemplos antedichos, el autor queda en una actitud pasiva ante el proceso de corrección y queda apartado de su texto. Es lógico que un escritor pida que no le corrijan nada si es que el corrector toma una posición semejante ante la creación ajena, porque en lugar de embellecerlo, lo está modificando según el propio gusto. Es decir, en lugar de ser un auténtico corrector, se vuelve coautor de la obra.

Una de las soluciones viables para que esto no suceda es la de entablar un diálogo entre el escritor y el corrector, en la cual éste plantee las dudas y señale lo que, como lector, le resulta extraño de la escritura, y ofrecerle posibilidades de solución para que el autor defina qué es lo mejor para su creación.

A su vez, el diálogo permite un vínculo muy fuerte entre el sujeto productor y el sujeto corrector. Además de compartir el objetivo de embellecer el texto y de potenciarlo al máximo, se da un aprendizaje por parte de ambos y facilita la capitalización de la experiencia correctora. El autor descubre cuáles son los errores más comunes que comete en el momento de escribir, y probablemente, en un futuro, trate de evitarlos; el corrector descubre nuevas perspectivas y se descubre en el lugar del otro, y con ello, puede acercarse a los textos de una manera más íntima, más personal y más enriquecedora. En otras palabras, puede ser testigo del milagro de la creación literaria.

  • Ponencia presentada en la Universidad de Belgrano y Fundación Litterae. II Jornadas Argentinas sobre Lengua y Sociedad. Realizado el 3 y 4 de octubre de 2008.


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