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Cómo reconocer a un corrector o clarificador experto (y no quedarse con una imitación)

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • hace 1 hora
  • 4 Min. de lectura

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En un mundo en el que cualquiera puede abrir un perfil profesional y declararse “experto” en corrección o lenguaje claro, distinguir entre un verdadero especialista y un imitador no es solo un asunto de calidad: es una inversión inteligente. Un texto mal corregido o un documento mal clarificado no solo pierde precisión, también puede dañar la imagen de quien lo firma.

Un corrector o clarificador experto no se define por la autoproclamación, sino por una combinación de saber, experiencia y criterio. Primero, tiene un conocimiento sólido y actualizado de la lengua, sus normas, variaciones y usos en diferentes contextos. Esto incluye dominar tanto las reglas formales como los principios de claridad y accesibilidad, y saber aplicarlos con flexibilidad según la situación.

Segundo, su experiencia es demostrable: no se limita a enumerar trabajos, sino que puede mostrar resultados concretos, procesos claros y, sobre todo, confianza de clientes y colegas que avalan su trayectoria. Un experto no necesita imitar el trabajo de otros para validarse: su sello es propio y reconocible.

Tercero, aporta valor original. No se limita a “maquillar” lo que ya está escrito, sino que detecta problemas, propone mejoras y justifica sus decisiones. Esto es clave: la corrección y la clarificación no son tareas mecánicas, sino procesos reflexivos que requieren criterio profesional.


El canto de las sirenas

En la mitología, el canto de las sirenas atraía a los navegantes con una melodía irresistible que, sin embargo, conducía al naufragio. En el mundo profesional, ese canto puede sonar como un perfil repleto de trabajos impecables… pero todos ajenos. Quien solo muestra obras de otros, sin evidencias claras de trabajos propios, puede estar más interesado en reflejar el brillo de lo ajeno que en demostrar sus propias capacidades.

Esto no significa que compartir el trabajo de colegas sea negativo; al contrario, es parte del intercambio profesional. La diferencia está en la proporción y la transparencia. Si el supuesto “experto” nunca presenta procesos, resultados propios o ejemplos en los que haya participado directamente, lo prudente es detenerse y preguntarse: ¿qué hay detrás de esta fachada?

Un verdadero corrector o clarificador experto no necesita ocultarse detrás de las creaciones de otros para generar confianza. Sus publicaciones, sus análisis y sus casos de éxito llevan su impronta y dejan claro qué parte del mérito le pertenece.


Taxonomía de la apropiación ajena sin plagio literal

En este terreno gris, donde el plagio como copia exacta no siempre es el modus operandi, hay prácticas más sutiles pero igualmente engañosas. Se trata de formas de apropiación en las que el mérito ajeno se incorpora al propio perfil sin que haya una autoría real detrás. Una de las más frecuentes es el “eco de autor”: reproducir la idea, el enfoque o incluso la estructura de un trabajo previo, cambiando apenas la forma para disimular el origen. El resultado puede sonar distinto, pero su esencia sigue siendo ajena.

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Otra modalidad es la del “reciclador de gloria”, aquel que exhibe logros de terceros como si fueran parte de su propio historial, sin precisar que su participación fue nula o meramente tangencial. A veces, este reciclaje se disfraza de curaduría: se seleccionan y comparten trabajos ajenos bajo una presentación cuidada, pero sin reconocer a las fuentes, lo que convierte un gesto que podría ser de difusión en un acto de apropiación.

También existe la “selfie con obra ajena”: aparecer en una foto, un video o incluso una publicación asociada a un trabajo para dar a entender que se tuvo un rol central cuando, en realidad, la intervención fue inexistente o menor. Es un juego de encuadre: no se miente con palabras, pero se induce a pensar lo que no es.

El “parásito de tendencia” aprovecha el impulso de una idea o formato que está en auge, lo reproduce con mínimos cambios y lo presenta como innovación propia. Y, por último, está el “acomodador de mérito”, que magnifica una participación puntual hasta convertirla en el eje de un proyecto, inflando la percepción de su aporte.

Detectar estas prácticas no es un ejercicio de desconfianza sistemática, sino de lectura atenta. Al evaluar a un supuesto experto, conviene observar qué proporción de lo que muestra corresponde a creaciones propias, qué pruebas ofrece de su participación y si hay transparencia en el reconocimiento a otros, porque, aunque el canto de las sirenas pueda sonar atractivo, lo que distingue a un profesional auténtico es su capacidad de navegar con rumbo propio, sin necesidad de apropiarse del viento que impulsa las velas de otros.


Cuando el experto es experto de verdad

Un verdadero corrector o clarificador experto no necesita adornar su perfil con el trabajo ajeno: su valor está a la vista. Su conocimiento es sólido, está actualizado y puede explicarlo con claridad. Sabe moverse entre la normativa y el uso real, entiende cuándo aplicar reglas y cuándo flexibilizarlas para que el texto cumpla su propósito comunicativo. Puede justificar cada decisión que toma y traducir su experiencia en mejoras concretas para el texto.

Su trayectoria es demostrable: hay proyectos, clientes y colegas que dan fe de su aporte real. Además, no se limita a seguir un protocolo; sabe adaptarse a cada encargo, evaluar el contexto y proponer soluciones que no estaban sobre la mesa. Su trabajo no solo corrige errores, sino que mejora el texto en su conjunto, lo hace más preciso, más claro y más adecuado al destinatario.

El experto también sabe que su oficio se desarrolla en comunidad. Es probable que comparta para difundir trabajos de colegas y mostrar iniciativas que considera valiosas, pero lo hace con reconocimiento expreso de la autoría y sin apropiarse del mérito. La difusión ajena no es la base de su perfil, sino un gesto de apoyo que convive con la exhibición de su propio trabajo y de sus aportes originales.


¿Siempre necesitás un experto?

No todas las tareas requieren el mismo nivel de especialización. En textos breves, con bajo impacto público o de naturaleza rutinaria, tal vez alcance con una revisión básica o con un clarificador en formación. En cambio, cuando el documento es complejo, está destinado a un público amplio o tiene consecuencias legales, institucionales o económicas, la intervención de un experto deja de ser un lujo para convertirse en una medida de resguardo.

La clave está en evaluar la complejidad y el riesgo: si un error puede alterar el sentido, afectar la comprensión o dañar la credibilidad de quien lo emite, ahí es donde el experto se vuelve indispensable. En esos contextos, su sello profesional, lejos de ser un gasto extra, es la garantía de que el mensaje llegará con la claridad, precisión y responsabilidad que merece.

 

© 2020 Nuria Gómez Belart 

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