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Le frigó

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • 16 sept
  • 4 Min. de lectura

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Le frigó, de Copi, es un unipersonal que pone a Manuel Fanego frente a uno de los desafíos más intensos de su trayectoria: ser todos los personajes en escena. Su cuerpo se convierte en la superficie donde conviven más de una decena de presencias que emergen de Madame L., exmodelo que al cumplir cincuenta años se enfrenta a la escritura de sus memorias y a la irrupción de figuras que la sacuden, la vacían y la arrastran hacia un final inesperado. En cada transición, el espectador asiste al vértigo de un intérprete que no se limita a multiplicar registros, sino que se entrega a habitar cada voz y cada gesto con organicidad.

La dirección de Tatiana Santana sostiene esta apuesta con una decisión clara: nada se oculta, todo sucede a la vista. Los cambios de rol, las mutaciones, los quiebres entre lo cómico y lo trágico se muestran sin velos, en un dispositivo que honra la poética de Copi. Hay un trabajo preciso, casi quirúrgico, para ordenar las irrupciones de cada personaje y, al mismo tiempo, un abandono calculado al abismo irracional que sostiene la escritura del autor. Esa combinación de rigor y delirio crea un terreno donde el artificio nunca resta fuerza, sino que potencia la intensidad de lo teatral.

En el centro está Madame L., protagonista que encarna los extremos de la ternura y de la sensualidad. Fanego la despliega como un ser que oscila entre la fragilidad infantil y la vitalidad más salvaje, siempre al borde de la risa o del desgarro. Habita el escenario como un animal enjaulado, atrapado en la escena de la que nunca podrá salir, y en ese encierro encuentra una forma particular de amor: un amor animal, instintivo, que se revela como su última posibilidad de redención.

Los personajes que conviven con ella son proyecciones de su memoria y de su deseo. La madre aparece con un gesto de ternura cruel al regalarle la heladera que domina la escena; la mucama funciona como un espejo de jerarquías sociales que se filtran en lo íntimo; la psicóloga busca ordenar el delirio con discursos racionales que terminan revelando su impotencia; el chofer, en su violencia sexual, introduce el peso brutal de lo real; el amante encarna la faceta sadomasoquista donde el dolor y el placer se confunden; el editor y el detective irrumpen con ironía y absurdo, reforzando la sensación de asedio. Todos ellos, distintos y simultáneos, encuentran en Fanego un canal de materialización que los vuelve palpables y perturbadores.

La fuerza del espectáculo reside en esa versatilidad: un solo cuerpo que se abre en múltiples direcciones, que se vuelve femenino y masculino, grotesco y poético, ridículo y conmovedor. Fanego muta con precisión, pero también con un abandono que recuerda que, para Copi, el teatro es siempre cuerpo. Como señala Tatiana Santana, Copi fue un autor generoso con los intérpretes porque escribía pensando en actuar: no se limitaba a diseñar parlamentos, sino que imaginaba gestos, voces, desbordes. Dirigirlo es volver a poner el cuerpo en el centro de la escena.

El texto de Copi exige riesgo y exceso. Su dramaturgia, atravesada por lo que Daniel Link llamó una estética trans —transnacional, translingüística, transexual—, borra los límites entre ficción y realidad, entre géneros teatrales y vitales. En Le frigó, esa transteatralidad se respira en cada instante: los personajes saben que están en una obra, la protagonista confiesa su imposibilidad de escapar, la escena se convierte en living, en cómic, en cine, en vida y en muerte. Fanego y Santana asumen esa herencia sin domesticarla, dejando que el absurdo conviva con la ternura y que la violencia se ilumine con humor.

En ese territorio inestable, Madame L. se revela como un personaje con una identidad dislocada, intervenida por su propio interior y asediada por su entorno. Fanego expone esa tensión con un trabajo físico y emocional que no rehúye ni la sensualidad ni la vulnerabilidad. La ternura se hace visible en sus gestos más frágiles, en los recuerdos de la infancia y la dependencia materna; la sensualidad, en cambio, atraviesa la totalidad del unipersonal, no como simple seducción, sino como vitalidad salvaje, energía que resiste al encierro.

Le frigó confirma la vigencia de Copi como dramaturgo de los excesos, capaz de hacer del humor un camino hacia la ternura y de la violencia un espejo de la fragilidad humana. En esta puesta, el autor no aparece como reliquia, sino como provocación viva, como un llamado a jugar en el límite. Fanego, sostenido por la dirección de Santana, responde con un cuerpo múltiple, un cuerpo que es todos los personajes y, a la vez, un único animal enjaulado que late hasta el último minuto.


FICHA TÉCNICA

Actúa: Manu Fanego

Libro: Copi

Traducción: Guadalupe Marando 

Dirección general: Tatiana Santana 

Producción general: Raúl S. Algán

Música original: Rony Keselman 

Coreografía: Valeria Narváez

Diseño de vestuario: Uriel Cistaro

Diseño de maquillaje: Adam Efron

Diseño de iluminación: Magdalena Berretta Miguez

Diseño y realización de escenografía: Ro Lamas 

Diseño y realización de títeres: Gerardo Porión

Realización de vestuario: Patricia Mizraji, 

Titi Suárez, Luisa Vega 

Realización de postizos: Mónica Gutiérrez

Realización de guantes: Barroqua

Community manager: Juan Martín Giménez 

Diseño gráfico: Nacho Albani 

Fotografía: ATOMOBIT

Asistencia de producción: María Eva Moreno

Asistencia de dirección y Producción ejecutiva: Marianela Dollera Albarracín

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