top of page

Claridad aparente o claridad real: la importancia del diagnóstico en documentos oficiales

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • 16 sept
  • 3 Min. de lectura


ree

La ilusión de la claridad superficial

Cuando se habla de lenguaje claro, muchas personas imaginan que basta con evitar la voz pasiva, suprimir nominalizaciones o reemplazar tecnicismos por palabras más sencillas. Se supone que con estos ajustes de superficie el texto quedará “comprensible”. Sin embargo, lo que suele ocurrir es que el documento continúa siendo opaco, porque el problema central no estaba en una palabra aislada sino en la estructura global. Cambiar lo accesorio puede dar la impresión de claridad, pero no garantiza que el lector entienda qué se le pide o qué acción concreta debe realizar.

Este malentendido es frecuente porque se subestima la complejidad de los textos institucionales. En un formulario, en un acta o en una resolución, la dificultad no reside solamente en las construcciones gramaticales, sino en cómo se organiza la información, cómo se jerarquizan las ideas y cómo se articula el mensaje. Cuando se pasa por alto este nivel de análisis, los esfuerzos de “clarificación” quedan reducidos a cosmética y no logran modificar la experiencia real del lector.


La necesidad del diagnóstico previo

Un texto confuso no puede reescribirse sin un diagnóstico que revele su esqueleto. Antes de cualquier modificación, es indispensable identificar la macroestructura: cuáles son las proposiciones centrales, cuál es la información de contexto, qué elementos son redundantes y cuáles están ausentes. Solo así se puede reconstruir el sentido global y ofrecer una versión clara que cumpla con su función comunicativa.

El diagnóstico funciona como un mapa que orienta la intervención. En lugar de centrarse en retoques superficiales, permite comprender qué se quiso decir, cómo se dijo y dónde se perdió el foco. Esa comprensión es la que diferencia un texto meramente “corregido” de un texto verdaderamente claro, que respeta al destinatario y facilita su acceso a la información.


Qué registrar en un texto confuso

Uno de los primeros indicadores que deben observarse son los bloques confusos. Se trata de párrafos que mezclan ideas distintas, sin unidad temática, y que obligan al lector a descifrar qué corresponde a cada parte. La lectura se vuelve una tarea de reconstrucción, en lugar de un camino guiado por la lógica del texto.

Otro problema recurrente es el solapamiento: la repetición de la misma idea en distintas secciones, que diluye el impacto y dispersa la atención. En lugar de reforzar el mensaje, la reiteración excesiva genera ruido y hace que el lector dude sobre qué es realmente lo importante. A esto se suma la falta de foco, cuando el mensaje principal se oculta entre detalles accesorios o fórmulas rituales que oscurecen la acción central.


Párrafos que dificultan la comprensión

El diagnóstico también debe atender la forma de los párrafos. Los llamados “párrafos oración” —compuestos por una sola frase— interrumpen la progresión discursiva, porque ofrecen información fragmentada que el lector debe recomponer. En el extremo opuesto, los “párrafos lata de sardinas” acumulan varias ideas centrales sin jerarquía, de manera que resulta difícil distinguir lo principal de lo secundario.

Un párrafo claro necesita una oración temática explícita y un desarrollo que avance de manera coherente. Cuando esto falta, el lector queda atrapado en un texto que lo obliga a adivinar. El diagnóstico, entonces, no se limita a señalar errores formales: revela cómo la microestructura del párrafo impacta directamente en la experiencia de lectura.


Omisiones y redundancias

La claridad también se resiente cuando hay omisiones de contexto. Documentos oficiales que presuponen un conocimiento previo del procedimiento dejan al ciudadano sin información básica: quién debe actuar, en qué plazos, con qué consecuencias. Estas lagunas no solo dificultan la comprensión, sino que pueden conducir a errores involuntarios o a la imposibilidad de ejercer un derecho.

Al mismo tiempo, las redundancias cargan el texto con información repetida que no aporta nada nuevo. El exceso de antecedentes normativos, la reiteración de datos ya mencionados o la duplicación de fórmulas hacen que lo esencial se diluya. Diagnosticar estas fallas permite devolverle al texto foco y concisión, sin sacrificar la precisión necesaria.


Claridad que respeta al lector

El diagnóstico es la condición indispensable para que el lenguaje claro sea más que un eslogan. Clarificar no significa maquillar el texto, sino comprenderlo desde adentro, desarmar su estructura y volver a armarla en función del destinatario. Detectar bloques confusos, solapamientos, párrafos problemáticos y omisiones de contexto es el paso previo a cualquier reescritura que aspire a ser comprensible.

Solo con un diagnóstico riguroso se logra transformar la experiencia de lectura en una interacción respetuosa y transparente. Un documento claro no es aquel que suena simple a primera vista, sino aquel que permite al lector acceder a la información sin obstáculos y tomar decisiones con certeza. Esa es la verdadera medida del lenguaje claro en la comunicación oficial.

Comentarios


© 2020 Nuria Gómez Belart 

bottom of page