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Ese loco de Cervantes


A quien espere objetividad en esta reseña le recomiendo que abandone la lectura porque voy a hablar de una obra que trata sobre uno de los escritores que más admiro, y no lo digo por impostura. Como buena descendiente de españoles, Cervantes significa mucho para mí, y su forma de narrar y describir la locura es un ideal al que me gustaría acercarme alguna vez.

Ese loco de Cervantes, de Marco Antonio de la Parra es un unipersonal protagonizado por Gustavo Manzanal, donde el padre de la novela moderna española transita los últimos días de su vida. El trabajo de composición es sorprendente: una especie de investigación arqueológica por documentos personales de Cervantes y un profundo análisis de «El licenciado vidriera» son las fuentes sobre las que construye la ficción.

De la Parra crea un personaje que dialoga con otros personajes ausentes: sus lectores, Shakespeare, Lope de Vega, la Muerte, médicos, editores, inquisidores… y en un complejo entramado de singularidades, introduce fragmentos de textos cervantinos -en especial, del Licenciado Vidriera- fundidos con la escritura del dramaturgo chileno, sin que se note el pasaje entre las voces ficcionales.

El trabajo de Manzanal es increíble. No basta con decir que se mete en la piel del personaje. Pareciera ser el mismo Cervantes que revive para morir en escena. En lo personal, una emoción constante me atravesó durante la obra: sentí ganas de correr a abrazar al maestro escritor para que no se sintiera triste, para que no creyera que su obra se iba a perder en el olvido, para que no estuviera solo en su agonía.

En esta puesta de Román Caracciolo, el espacio está delimitado por un tapete de color claro. Cervantes habita en esos límites, pero los cuestiona y los traspasa no con el cuerpo, sino con la imaginación. Cervantes está solo en una habitación despojada de todo, donde solo hay una cama, una mesa y una silla. Pero en escena, se abre un espacio más cercano a lo onírico, donde el pensamiento cervantino se expande y da a conocer el mundo privado del escritor en sus aspectos más humanos: su rivalidad con Lope de Vega; su vida de soldado; el miedo a la muerte física y la incertidumbre ante la trascendencia de su obra.

En plena agonía, uno de los pocos hombres que cambió el mundo con su obra, se expone con la humildad propia de quien es consciente de sus limitaciones y de sus imposibilidades. Así como Quijote muere sabiendo que el mundo de los caballeros a los que tanto admiraba se ha perdido para siempre, este personaje se muestra temeroso ante la potencial muerte de su creación. Esa sencillez con que se expresan las grandes verdades humanas es la razón que lo convirtió en un autor tan amado por la cultura española, y en consecuencia, lo hizo inmortal.

Ficha de la obra: Dramaturgia: Marco Antonio De La Parra Actúan: Gustavo Manzanal Vestuario: María Beatriz Toia Asesoramiento literario: María Beatriz Toia Asistencia general: Pablo Cortez Prensa: Silvina Pizarro Producción ejecutiva: Pablo Silva Dirección y puesta en escena: Román Caracciolo ESPACIO CULTURAL URBANO – Acevedo 460

Esta reseña se publicó el 11 de abril de 2016 en La Cazuela


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