Las relaciones entre los artistas y sus «fans» siempre tienen un lado tormentoso. Basta recordar el clásico de Stephen King, Misery, que fue llevado al cine por Rob Reiner y que le valió el Oscar a mejor actriz a la gran Kathy Bates por su papel de Annie Wilkes.
Amor cliché, escrita y dirigida por Roberto Mauri, también es la historia de una obsesión similar a la de Annie Wilkes, pero llevada a nuestro tiempo y a nuestra cultura. La obra trata, desde la lógica del absurdo, el síndrome de Clerambault, más conocido como erotomanía. Si bien tiene muchísimas aristas complejas de explicar en una reseña, se puede simplificar la explicación de esta patología a una relación obsesiva, entre un sujeto y un «otro» (una persona pública, por ejemplo), en el que deposita una falsa creencia de amor.
En esta obra, la ilusión de Emmanuel Rivas (Juan Manuel Artaza), un repositor en un supermercado, se corporiza en Salvador Reyes (Eduardo Arias), un cantante melódico cuya carrera artística se encuentra en descenso, sobre todo, por su recurrencia en el alcohol y por los escándalos que lo apartaron del circuito comercial. La vida de Emmanuel gira en torno a su ídolo absoluto a quien sigue en cada una de sus presentaciones y recitales.
En un concierto, en la Sociedad de Fomento de Bernal, Emmanuel recibe un claro mensaje, una suerte de epifanía, cuando Salvador canta «Vivamos juntos» y Emmanuel entiende que su amor es correspondido y que nada ni nadie se interpondrá entre ellos.Haciéndose pasar por un repartidor de «Pizzas y Empanadas Tucu Tucu», Emmanuel irrumpe en la casa del cantante y lo somete. Allí mismo, también se instala Olga, su madre (Adela Sánchez), quien completa el triángulo de relaciones entre estos personajes.
Si bien protagoniza la obra la relación enferma y la distorsión trazada por las obsesiones del personaje, es una puesta bien narrada en la lógica del teatro del absurdo, en la que cada elemento del espacio, cada gesto, cada movimiento, cada parlamento se ensamblan perfectamente, y crean atmósferas disímiles que se continúan en una pendiente vertiginosa.
A diferencia de lo que ocurre en Misery, aquí el artista capitaliza el vínculo con su captor y vuelve a ser exitoso con las canciones que este chico le escribe. La historia se vuelve cada vez más macabra y absurda en la medida en que avanza la trama hasta llegar a un final fatídico ya aunciado en la primera canción que Emmanuel le dedica a Salvador, «Seremos dos en uno o no será ninguno».
Ficha de la obra Dramaturgia: Roberto Mauri Actúan: Eduardo Arias, Juan Manuel Artaza, Adela Sánchez Vestuario y escenografía: Maite Corona Diseño de luces: Lucia Feijoó Música original: Juan Lastiri, Juan Martín Yansen Asistencia de dirección: Pablo Hofman Prensa: Tehagolaprensa Producción ejecutiva: Zoilo Garcés Dirección: Roberto Mauri Teatro: SALA EL ÓPALO – Junín 380 Teléfonos: 4951-3392
Esta reseña se publicó el 8 de diciembre de 2015 en La Cazuela