Leonora
- Nuria Gómez Belart
- hace 5 días
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Leonora Carrington dijo alguna vez: “El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí”. Esa confesión íntima abre la puerta a un territorio enigmático que Leonora, el poema dramático de Alberto Conejero, convierte en materia escénica. En esta pieza, la vida de la gran artista surrealista se vuelve relato encarnado y poético; un unipersonal que, lejos de ser una simple biografía dramatizada, indaga en la experiencia de quien hizo del arte un refugio y un modo de resistencia.
Conejero se inspira libremente en la trayectoria vital de Carrington, con especial énfasis en sus años europeos y su estancia en España, sin renunciar a la fuerza onírica que signó su universo pictórico. El texto avanza como un racconto que entrelaza memoria y presente: la infancia aristocrática y su ruptura con los mandatos familiares, el descubrimiento juvenil de los surrealistas, la vocación artística que se impone como revelación. Hay imágenes nítidas, como la joven Leonora frente a una pintura de Paolo Uccello en la que comprende, de pronto, que quiere ser artista, o el libro sobre surrealismo que su madre le hace llegar a escondidas, primer gesto de emancipación intelectual. A partir de allí, la obra acompaña un itinerario vital turbulento: el encuentro y la ruptura con Max Ernst, la guerra, el internamiento psiquiátrico, el exilio y, finalmente, el hallazgo de un espacio vital y creativo en México.
Carlos Ianni dirige la obra con una premisa clara: despojar para llegar a la esencia. No hay escenografías abigarradas ni recreaciones explícitas del imaginario surrealista; solo una valija intervenida como único objeto simbólico, algunas proyecciones lumínicas que trazan atmósferas y la música en vivo de Diana Griot en el cello. Esta economía visual no implica vacío, sino una apuesta a que el poema y la actriz sean el centro de gravedad. El escenario se vuelve lienzo en blanco donde la palabra y el cuerpo construyen imágenes interiores. La decisión de no trasladar literalmente la iconografía de Carrington responde a un principio poético: más que reproducir cuadros, se busca traducir en lenguaje teatral el gesto vital que hizo posible esas obras.
La presentación ocurre, además, en un momento cargado de sentido para el CELCIT, que cumple 50 años como plataforma de creación y pensamiento teatral latinoamericano. Estrenar Leonora allí es un modo de celebrar medio siglo de memoria y, a la vez, un gesto de renovación.
En escena, Teresita Galimany asume el desafío de sostener sola todo el relato. Su trabajo oscila entre la fragilidad y la fuerza visionaria: un cuerpo que parece quebrarse y rehacerse frente al espectador. No hay imitación ni caricatura, hay encarnación sensible; la actriz hace presente a Leonora sin copiarla, dejando que aparezcan sus muchas voces. El espacio, casi vacío, se completa con la luz diseñada por Soledad Ianni, que abre y cierra zonas de memoria, y con la música de Diana Griot, que acompaña como respiración, intensifica momentos clave y da hondura emocional sin describir acciones. Nada distrae: todo converge en la palabra viva y el pulso de la intérprete.
El corazón de la obra es la pluralidad interior de Leonora. El poema dramático nombra y hace aparecer a todas las mujeres que la habitan: la druida celta que escucha mitos ancestrales, la maga que invoca fuerzas invisibles, la tejedora que recompone su historia, la hija que desafía la aristocracia, la amante marcada por la guerra, la incomprendida que transforma el dolor en arte. Esa constelación conecta con temas que trascienden la biografía y alcanzan al público desde un lugar universal: el exilio, la dificultad de hallar una lengua propia, la creación como salvavidas, la resistencia frente a mandatos familiares y sociales, la lucha por no quedar reducida a musa sino ser autora de sí misma.
El espectáculo también hace resonar la idea de reparación. Como el kintsugi japonés, que rellena de oro las grietas de una vasija rota, la pieza propone que el arte puede recomponer lo quebrado sin ocultar sus cicatrices. La figura de Carrington se alza como símbolo de una mujer que no se resignó a la domesticación y que, en medio de pérdidas y persecuciones, encontró un territorio donde vivir y crear.
Leonora dialoga así con preguntas contemporáneas sobre la identidad femenina, la locura, el desarraigo y la potencia de la imaginación como herramienta para salvarse. La obra no busca complacencia ni biografía lineal; propone un viaje emocional y sensorial que invita a mirar desde dentro, a sentirse también habitado por muchas voces y capaz de rehacerse.
Estrenar Leonora en este presente incierto es, en sí mismo, un acto de fe: confiar en que el teatro, como la pintura, puede salvar y recomponer lo que parecía perdido. Cuando la luz se apaga, vuelve la frase que abrió el camino: “El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí”. Queda la sensación de haber asistido a un rito íntimo y poderoso, donde el arte inventa y, al mismo tiempo, nos devuelve la posibilidad de recrearnos.
Ficha técnico artística
Autoría: Alberto Conejero
Actúan: Teresita Galimany
Música En Vivo: Diana Griot
Diseño De Iluminación: Soledad Ianni
Fotografía: Martín Siccardi
Asistencia: Delfina Ameijeiras
Utilería: Solange Krasinsky
Dirección: Carlos Ianni
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