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Quien sea llega tarde

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • 22 sept
  • 4 Min. de lectura
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El mundo tal como lo conocíamos ya no existe. Esa es la primera sensación que se instala en la sala apenas comienza la función: lo cotidiano se desplomó, la rutina perdió su sentido y lo que queda es un simulacro de vida sostenido a fuerza de automatismos y de imaginación. La luz se apagó, no hay agua, ni teléfono, ni salario, y sin embargo dos mujeres siguen trabajando como si nada hubiera cambiado, como si todavía hubiera algo que sostener entre las ruinas. En esa tensión entre el derrumbe y la persistencia se mueve Quien sea llega tarde, una creación de Eusebio Calonge con dirección de Paco de La Zaranda, estrenada en septiembre en el Teatro Picadero.

La puesta reúne a un equipo con historia y peso propio en la escena internacional. Calonge, dramaturgo español habituado a los escenarios porteños, construye un texto que condensa su mirada melancólica y alegórica sobre el presente. La dirección está a cargo de Paco de La Zaranda, parte esencial de una compañía que desde 1988 ha marcado un estilo singular, inestable y profundamente poético. En esta ocasión, sin embargo, no viajaron todos los integrantes de La Zaranda: la obra está protagonizada por dos actrices argentinas, Lucía Adúriz y Nayla Pose, que se incorporan con entrega absoluta al universo zarandiano. La producción de Sebastián Blutrach permitió concretar en tiempo récord un proyecto de riesgo, que se gestó en apenas treinta ensayos y que hoy ocupa el escenario del Picadero cada domingo a las seis de la tarde.


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La trama se sostiene sobre un argumento en apariencia simple: dos mujeres olvidadas en una oficina devastada insisten en repetir una tarea inútil. Día tras día tipean listas interminables de apellidos, como si ese gesto mecánico pudiera todavía vincularlas con el mundo exterior. No reciben salario, no hay teléfono que suene, la luz se corta, el hambre crece y la desesperanza amenaza con volverse definitiva. Sin embargo, ellas siguen allí. Una, más lúcida y devastada, oscila entre la resignación y el intento de rebelarse; la otra, se aferra a la fe, insiste en negar la derrota y en sostener un optimismo obstinado. Entre ambas se teje una relación ambigua, de amor y odio, de dependencia y resistencia, que las mantiene unidas en medio de la nada. Ese vínculo es lo que les permite sobrevivir, incluso cuando todo parece perdido.

Lo que distingue a Quien sea llega tarde no es solo el argumento, sino la manera en que La Zaranda levanta un universo entero con apenas cuatro objetos: una cajonera metálica, una máquina de escribir, un teléfono y una lámpara. La cajonera, lejos de ser un mueble estático, muta en escena: es plataforma, mesa improvisada, depósito, incluso funciona como esa bandeja de entrada en la que se acumulan papeles y mensajes en las oficinas. Cada uso resignifica el objeto y lo vuelve núcleo de la precariedad pero también de la imaginación. La máquina de escribir, golpeada con insistencia, simboliza tanto la repetición absurda de un trabajo sin sentido como la posibilidad de inventar otra vida. El teléfono, que nunca suena, sostiene la ilusión de un contacto exterior que jamás llega. Y la lámpara, frágil y oscilante, condensa la tensión entre la penumbra y la esperanza de iluminar al menos un destello de futuro. Con esa economía de recursos materiales, La Zaranda convierte la carencia en potencia escénica y la precariedad en metáfora del derrumbe contemporáneo.

La estética de la compañía es reconocible: personajes despojados, cercanos al fracaso y a la marginalidad, que se aferran a la rutina como si allí se jugara lo último de lo humano. Hay en todo ello ecos de Beckett y de Pinter, de ese absurdo existencial que revela lo precario de la vida. Pero la obra no se queda en la cita: dialoga con la tradición para anclarla en el presente. La falta de agua, de luz, de trabajo no son una metáfora lejana, sino la radicalización de problemas actuales. Por eso Quien sea llega tarde no se lee como un futuro distópico, sino como una versión hiperrealista de lo que ya estamos viviendo.

Calonge lo expresa con claridad en sus declaraciones: lo apocalíptico toma en cada época sus formas y hoy aparece como un apagón progresivo de nuestros avances, como el deterioro de nuestra humanidad. La obra, entonces, no entona un réquiem sino que busca, en medio de la oscuridad, destellos de belleza, humor y hasta esperanza. El humor aparece en breves ráfagas, como relámpagos que iluminan la escena derrotista, y si bien podrían acentuarse para generar mayor contraste, alcanzan para recordarnos que la risa también es resistencia.


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Las actuaciones de Lucía Adúriz y Nayla Pose son el corazón del espectáculo. Se entregan con el cuerpo entero a la estética zarandiana: cuerpos derrumbados, ojerosos, huesudos, que sin embargo encuentran arranques de locura, de juego y de vitalidad. Adúriz aporta la dimensión más lúdica, la que se empeña en inventar otra vida en medio de la miseria; Pose encarna la voz del fin, la que recuerda constantemente que el mundo se derrumba. Ese contrapunto genera una tensión productiva que sostiene el ritmo de la obra.

Quien sea llega tarde es una obra coherente con el sello de La Zaranda y al mismo tiempo una novedad: por primera vez, el grupo español estrena con un elenco local, generando un diálogo creativo entre miradas europeas y latinoamericanas. El resultado es un espectáculo intenso, poético y melancólico, que refleja la devastación de un mundo que se desmorona, pero también la obstinación humana de seguir imaginando. El título parece advertirnos que ya es tarde, que el derrumbe está en marcha; sin embargo, en el escenario persiste la chispa de que todavía hay algo por hacer, aunque sea a tientas. Y en esa chispa, tan pequeña como una lámpara que titila, se juega la posibilidad de que no todo esté perdido.


Autor: Eusebio Calonge

Dirección: Paco de La Zaranda

Intérpretes: Lucía Adúriz y Nayla Pose

Producción: Sebastián Blutrach

Escenografía: Eduardo Graham

Vestuario: Ideas Enhebradas

Iluminación: Adriana Antonutti y Juan Manuel Noir

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