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No pronuncies esa palabra 

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • 7 sept
  • 3 Min. de lectura

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En un tiempo en que la vorágine digital nos empuja a la inmediatez, reencontrarse con los clásicos de la literatura y el teatro se convierte en un acto de resistencia y, al mismo tiempo, en una oportunidad de introspección. Volver a ellos no significa simplemente leer o asistir a una representación, sino sumergirse en una tradición que sigue ofreciendo claves para comprender los dilemas humanos. Los clásicos, con su riqueza estética y su hondura en la exploración de la condición humana, plantean preguntas que aún resuenan en nuestra sociedad. Entre esas obras, El zoo de cristal de Tennessee Williams ocupa un lugar privilegiado por su capacidad de reflejar las frustraciones personales y sociales que trascienden épocas y contextos.

No pronuncies esa palabra es una obra que retoma y recrea fragmentos de El zoo de cristal, de Tennessee Williams, sin perder el aire de época que caracteriza al original. La diferencia radica en que esta versión perfila la historia desde una sensibilidad más argentina, con gestos, acentos y climas que acercan la trama al público local. El resultado conserva la intensidad de la obra de Williams, al tiempo que resalta un tema que atraviesa generaciones: el tabú de la discapacidad y la dificultad social para nombrarlo sin silencios ni eufemismos.

El argumento se centra en la familia Lezama, atrapada en un clima de ansiedad y fracaso. Amanda Lezama, la madre, encarna la imposición de expectativas que ya no encuentran lugar en la realidad de sus hijos. Laura se refugia en su colección de figurillas de cristal, símbolos transparentes y vulnerables de una subjetividad que no logra afirmarse en el mundo exterior. Tomás oscila entre la obligación de sostener a su familia y la necesidad de escapar para cumplir con sus aspiraciones literarias. Julián O’Connor, el pretendiente, aparece como ilusión de redención, aunque solo confirma la distancia entre lo anhelado y lo posible. Las tensiones se profundizan en cada gesto y en cada diálogo, y marcan el pulso de una convivencia que se percibe asfixiante y reveladora.

La versión dirigida por Sebastián Richard se apoya en un elenco sólido integrado por Gladys Domínguez, Jacinto Duhalde, Juana Piperno y Joaquín Ramondino. El diseño de luces de Raúl Nogueira refuerza atmósferas intimistas.

Tal como ocurre en El zoo de cristal, donde Amanda invade las escenas con su carácter dominante, Gladys Domínguez ofrece una interpretación que se impone desde el primer momento. Su presencia conmueve y a la vez provoca risa cuando revive obsesivamente los días de esplendor económico, los pretendientes que pasaban uno tras otro por la casa y la mala decisión de haber elegido al padre de Laura y Tomás. Esa memoria funciona como herida abierta y al mismo tiempo como motor de las exigencias que proyecta sobre sus hijos, y muestra cómo el pasado se convierte en una fuerza que condiciona el presente.


La obra de Tennessee

Lo que hace que esta obra siga interpelando al público es su modo de exponer las frustraciones individuales como parte de un entramado social. Amanda vive anclada en los recuerdos de un pasado idealizado que no puede revivir. Laura representa a quienes quedan fuera de un sistema que premia la extroversión y la autosuficiencia. Tomás simboliza a quienes sienten que el presente los encierra en un trabajo alienante, sin permitirles desplegar su verdadera vocación. Incluso Julián, la aparente encarnación del éxito, arrastra sus propias limitaciones y sueños rotos. Cada personaje es un espejo de anhelos frustrados.

Releer o volver a ver El zoo de cristal nos invita a pensar en nuestras propias frustraciones y en cómo la sociedad modela los deseos individuales. El choque entre lo que se espera de cada uno y lo que se puede alcanzar no ha perdido vigencia. Hoy, en un mundo que exige éxito constante, visibilidad y productividad, la fragilidad de Laura o la impotencia de Tomás resultan más actuales que nunca.

El reencuentro con los clásicos, entonces, no es un ejercicio de nostalgia, sino un recordatorio de que los grandes textos nos acompañan en el presente. Nos confrontan con lo que somos y con lo que no logramos ser. Volver a Williams es abrir un espacio de reflexión sobre la frustración y el deseo, sobre la tensión entre lo íntimo y lo social. Los clásicos no envejecen: se transforman en compañía y en guía para pensar nuestras propias contradicciones.


Ficha técnico artística

Autoría: Creación Colectiva

Actúan: Gladys Dominguez, Jacinto Duhalde, Juana Piperno, Joaquín Ramondino

Diseño de luces: Raúl Nogueira

Asistencia: Micaela Atencio

Dirección: Sebastián Richard

ESPACIO GADÍ - Av. San Juan 3852 (mapa)

Capital Federal - Buenos Aires - Argentina

 

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© 2020 Nuria Gómez Belart 

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