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Pa mí, e’ mucho más que un corrector: una reflexión sobre maternar y corregir

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura

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Cada tercer domingo de octubre, el calendario nos recuerda que es el Día de la Madre. En apariencia, una fecha más en la larga lista de celebraciones comerciales. Pero si se rasca la superficie, si se corre apenas el velo de la efeméride, asoma un territorio fértil para pensar el maternar más allá de la biología, el mandato o la postal edulcorada: como una forma de estar en el mundo, de cuidar y de acompañar procesos. Y en ese sentido, el universo de la corrección de textos tiene mucho que decir.

Las mujeres somos mayoría en este oficio. No es un dato menor ni anecdótico. No se trata solo de números sino de una manera de concebir el trabajo con la lengua y con los textos que está profundamente atravesada por lógicas del cuidado. Quien corrige no se limita a revisar la ortografía ni a señalar comas mal puestas; acompaña el recorrido de una idea desde su balbuceo inicial hasta su forma definitiva. Está ahí cuando el texto tropieza, cuando se repite, cuando no logra decir lo que quiere decir. Interviene con paciencia, con atención y con la responsabilidad de no borrar la voz ajena mientras la ayuda a hacerse más nítida. En ese gesto hay algo de maternar.

Maternar no es solo criar hijos. Es habilitar espacios para que algo crezca, se transforme y encuentre su forma. Es sostener y al mismo tiempo soltar. Es guiar sin imponer, es estar cerca sin ocupar el lugar del otro. En el trabajo con los textos ocurre lo mismo: se cuida lo que está en germen, se acompaña su desarrollo, se vela por su autonomía. La corrección es, en muchos sentidos, una tarea de cuidado: del sentido, de la claridad, del tiempo del lector y, sobre todo, de la voz de quien escribe. Y en un mundo que tiende a despersonalizar, a automatizar y a reducir la escritura a producto, ese cuidado se vuelve un acto político.

También hay en el maternar —como en la corrección— una cuota inevitable de invisibilidad. Mucho de lo que se hace ocurre detrás de escena, sin aplausos ni protagonismos. El trabajo está ahí, latiendo en cada palabra precisa, en cada párrafo que fluye, en cada texto que logra cumplir su propósito. Es una tarea que transforma sin alardes, que hace posible que algo suceda sin reclamar el crédito. Y esa discreción, lejos de restarle valor, la vuelve aún más potente.

Pensar la corrección desde el maternar es también una forma de reivindicar su dimensión afectiva y ética. Porque cuidar no es un acto menor ni un simple gesto de amabilidad: es una responsabilidad. Cuidar un texto implica respetarlo, escucharlo, entenderlo en su singularidad. Implica también cuidar a quien lo escribió, no humillarlo en el error, no imponerle una forma ajena, no borrar lo que lo hace propio. Y cuidar a quien lo leerá, garantizando que el mensaje llegue, que la comunicación se cumpla, que la palabra cumpla su función social.

Por eso, en un día como hoy, vale la pena ampliar la idea de maternar y celebrarla en todas sus formas: la de quienes crían personas, la de quienes sostienen proyectos, la de quienes acompañan procesos creativos, la de quienes corrigen textos con el mismo esmero con el que se cuida un brote nuevo. Porque en cada corrección hay un gesto de cuidado que trasciende la técnica: hay tiempo, hay escucha, hay compromiso.

Y quizá por eso, cuando en el Sexto Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español parafraseé a Catita, el entrañable personaje de Niní Marshal, no fue un mero chiste ni un exceso de afecto. Fue una manera de decir algo profundo sobre nuestra tarea y sobre cómo la vivimos muchas de nosotras: “Pa mí es mucho más que un corrector, pa mí, e’ una madre.”

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© 2020 Nuria Gómez Belart 

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