Más allá del “ya está”: por qué la revisión es necesaria
- Nuria Gómez Belart
- hace 6 horas
- 4 Min. de lectura

En las oficinas del Estado no hay máquinas de escribir que suenan a toda velocidad ni periodistas que gritan “¡detengan las rotativas!”. Tampoco hay finales de película con titulares a último momento. Lo que sí hay, cada día, son textos: resoluciones, formularios, dictámenes, circulares, correos internos, cartelería, instructivos en línea. Y detrás de cada uno de esos textos hay personas que intentan entender qué hacer, cómo hacerlo y qué consecuencias puede tener cada paso. Por eso, en la administración pública, revisar un texto no es un lujo: es una forma concreta de cuidar a la ciudadanía.
La falsa idea de que “bastante bien” alcanza
La escena es más común de lo que parece: alguien redacta un comunicado apurado antes de terminar la jornada. El texto explica un nuevo trámite, detalla los documentos que se deben presentar y establece los plazos. Queda “bastante bien”, piensa quien lo escribió. Al día siguiente, ese texto ya está publicado en la web institucional y circulando en redes sociales.
Entonces empiezan a llegar las consecuencias. Personas que presentan formularios incompletos porque los requisitos no estaban claros. Otras que viajan hasta una oficina sin turno porque el texto no explicó que era obligatorio solicitarlo. Decenas de consultas telefónicas que se repiten, porque las instrucciones se enredaban en frases largas y difíciles. Cada malentendido suma tiempo, recursos y frustración, tanto para la institución como para la ciudadanía.
El problema no fue el contenido: la información era correcta. El problema fue no haberla revisado con la mirada puesta en quien la iba a leer. No se trató de un descuido menor, sino de un eslabón fundamental que faltó en la cadena de la comunicación pública.
Revisar es ponerse en el lugar del otro
En el ámbito estatal, la revisión no consiste solo en corregir errores de ortografía o en asegurarse de que las fechas estén bien escritas. Va mucho más allá: implica mirar el texto con ojos ciudadanos. Revisar significa preguntarse si la información está organizada de modo que pueda encontrarse fácilmente, si el lenguaje es lo bastante claro para que lo entienda una persona sin formación técnica, si las oraciones no exigen leer dos veces para comprender lo que dicen.
También supone anticipar confusiones posibles: ¿hay términos ambiguos que podrían interpretarse de distintas formas? ¿La estructura facilita que se distingan requisitos, plazos y pasos a seguir? ¿Se evita la sobrecarga de tecnicismos que muchas veces funcionan más como barreras que como precisiones? Cada una de estas preguntas convierte a la revisión en un acto de empatía institucional: permite imaginar el recorrido del lector y quitar obstáculos antes de que los enfrente.
Lo que está en juego cuando no se revisa
La revisión, en la administración pública, no es un gesto de prolijidad: es una herramienta de gestión. Un texto confuso puede multiplicar la cantidad de consultas, ralentizar procesos y generar errores administrativos que se traducen en costos económicos. Pero, además, puede deteriorar la relación entre ciudadanía e instituciones.
Cuando un documento es difícil de entender, el mensaje que transmite no es solo falta de claridad, sino también falta de cuidado. Quien se enfrenta a un lenguaje enredado o a instrucciones imprecisas puede sentir que la institución no pensó en su experiencia, que la comunicación no está diseñada para ser comprendida. Y esa percepción mina la confianza, un recurso indispensable para que las políticas públicas funcionen.
En cambio, un texto bien revisado contribuye a una relación más fluida y transparente. Cuando la información se presenta con claridad, las personas pueden ejercer sus derechos con mayor autonomía, tomar decisiones informadas y evitar errores que derivan en demoras o rechazos. En otras palabras, la revisión mejora la comunicación, pero también fortalece el vínculo entre Estado y ciudadanía.
La revisión como parte del proceso, no como etapa final
Otro mito frecuente es pensar la revisión como un paso final, casi accesorio, que se hace si queda tiempo. Esa lógica es peligrosa porque convierte a la revisión en un lujo prescindible. En realidad, debería considerarse parte del proceso desde el inicio.
Esto implica planificar la escritura sabiendo que el texto será leído más de una vez, por distintas personas y con distintos objetivos. Supone que habrá un momento para revisar la estructura general, otro para ajustar el lenguaje, otro para verificar que no haya incoherencias internas y uno más para pensar en la experiencia del lector. En el mejor de los casos, incluso más de una persona participará de esa revisión, aportando miradas complementarias que detecten problemas que quien redactó podría no haber visto.
Revisar es comunicar mejor
Revisar es, en definitiva, una forma de comunicación. No se trata de embellecer el texto ni de “perfeccionarlo” por mero gusto estilístico: se trata de hacer que cumpla su función con la mayor eficacia posible. En el contexto de la administración pública, esa función es garantizar que la información llegue de manera clara, accesible y comprensible a todas las personas, sin importar su nivel educativo ni su familiaridad con el lenguaje técnico.
Cada oración revisada con cuidado es un paso más hacia un Estado que comunica con responsabilidad. Cada tecnicismo innecesario que se reemplaza por una palabra más clara es un puente que se tiende. Cada párrafo reorganizado para facilitar la lectura es un obstáculo menos en el camino de quien necesita información para resolver su vida cotidiana.
La revisión, entonces, no es un lujo, ni un capricho, ni un trabajo menor. Es el momento en que el texto deja de ser solo un conjunto de frases y se convierte en una herramienta útil, en un gesto de respeto y en un medio de contacto real entre instituciones y ciudadanía.
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