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Cuando las preguntas abren el texto

  • Foto del escritor: Nuria Gómez Belart
    Nuria Gómez Belart
  • 25 sept
  • 4 Min. de lectura

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En el mundo de la comunicación institucional existe una idea muy extendida: los documentos públicos deben estar estructurados con encabezados formales, técnicos y, en muchos casos, solemnes. Se cree que esa forma de organizar la información le da al texto el prestigio y la seriedad que la administración necesita transmitir. Sin embargo, la experiencia reciente del Ministerio de Educación de Nueva Zelanda vino a cuestionar ese supuesto con un gesto tan sencillo como eficaz: en un documento finalista de los Premios al Lenguaje Claro, treinta y tres de los treinta y cuatro títulos de la página de contenidos estaban redactados en forma de preguntas.

El resultado fue llamativo y, al mismo tiempo, revelador. El índice dejaba de ser un listado frío de secciones y apartados para convertirse en un espejo de las inquietudes reales de las familias. En lugar de encontrar encabezados abstractos como “Marco normativo” o “Lineamientos de privacidad”, quienes consultaban el documento se encontraban con preguntas que resonaban con sus propias dudas: ¿Quién puede ver la información de mi hija?, ¿Cómo se protege la privacidad de los estudiantes?, ¿Qué sucede si quiero hacer un reclamo? Esa estructura transformó la lectura. El texto se volvía más cercano, más directo, más humano.


Un recurso sencillo que cambia la experiencia

En comunicación pública, lo más simple suele ser lo más difícil de aceptar. Existe una resistencia histórica a usar recursos que se perciben como demasiado coloquiales o poco sofisticados. Las preguntas, por ejemplo, se han visto muchas veces como un recurso ingenuo, casi infantil, que no estaría a la altura de los documentos oficiales. Pero la experiencia del Ministerio de Educación demuestra lo contrario.

Las preguntas funcionan porque activan un mecanismo de reconocimiento inmediato: invitan al lector a verse reflejado en el texto. Cuando una persona abre un documento y se topa con un índice que ya contiene sus dudas, el vínculo con la información se vuelve inmediato. La barrera de la distancia institucional se reduce, y la lectura fluye con mayor naturalidad.

Además, las preguntas generan expectativa. A diferencia de un enunciado declarativo, que da la información por cerrada, la pregunta abre un camino que el texto se encargará de recorrer. La persona que lee se siente motivada a continuar porque quiere encontrar la respuesta. Este efecto de anticipación es una herramienta poderosa para guiar la atención en textos largos o complejos.


Claridad y empatía en un solo gesto

El caso de Nueva Zelanda tiene otra virtud: muestra que claridad y empatía no son objetivos separados, sino que se pueden alcanzar al mismo tiempo. Un índice en forma de preguntas no solo organiza mejor el contenido, sino que también transmite que el redactor se puso en el lugar del lector. Se pensó en lo que realmente preocupa, en lo que la ciudadanía quiere saber, en lo que necesita resolver.

Esa actitud es clave en una época en la que la confianza en las instituciones se construye —o se pierde— a partir de los detalles. No alcanza con publicar información: hace falta demostrar que esa información está presentada de un modo accesible y con consideración hacia quienes la van a usar. Las preguntas, en este sentido, son un signo de apertura y de diálogo.


Una lección para la escritura institucional

¿Qué podemos aprender de esta experiencia? En primer lugar, que la claridad no está reñida con la seriedad. Formular los encabezados en forma de preguntas no resta profesionalismo al documento, sino que lo hace más funcional. La seriedad no se mide por el grado de opacidad o de distancia, sino por la capacidad de ofrecer información confiable y comprensible.

En segundo lugar, que la creatividad en la comunicación institucional no necesita grandes gestos. A veces basta con animarse a modificar un aspecto que parece accesorio, como la redacción del índice. Ese pequeño cambio tiene efectos visibles en la manera en que el público se relaciona con el texto.

Y, en tercer lugar, que las preguntas son un recurso versátil. Pueden usarse no solo en índices, sino también en títulos de secciones, subtítulos, campañas de divulgación o materiales informativos. En todos los casos, lo importante es que estén formuladas con precisión, que reflejen las preocupaciones reales del público y que no se conviertan en fórmulas vacías.


Más allá de Nueva Zelanda

El ejemplo del Ministerio de Educación puede parecer lejano en términos geográficos, pero su enseñanza es universal. Los desafíos de la comunicación clara atraviesan a todas las administraciones públicas, sin importar el país o el idioma. En América Latina, por ejemplo, todavía persiste la idea de que un documento oficial debe hablar en una voz distante, cargada de tecnicismos y rodeos. Esa tradición dificulta el acceso a la información y aleja a la ciudadanía de los procesos que la afectan directamente.

Incorporar preguntas como herramienta puede ser un primer paso hacia un cambio de paradigma. No se trata de infantilizar la comunicación, sino de devolverle a las instituciones una voz más próxima, más interesada en dialogar que en imponer. Cuando un organismo formula las preguntas que su público ya tiene en mente, envía un mensaje de reconocimiento: “sabemos lo que te preocupa, y acá vas a encontrar la respuesta”.


Una invitación a animarse

La conclusión es clara: hay que animarse a usar las preguntas como recurso. Son simples, sí, pero esa simplicidad es su mayor fortaleza. Funcionan porque reflejan el pensamiento real de quienes leen, porque despiertan interés y porque hacen más transparente el recorrido de la información.

El gesto del Ministerio de Educación de Nueva Zelanda debería inspirar a otros organismos a revisar sus propias prácticas de redacción. Tal vez no siempre corresponda usar preguntas, pero sí conviene tener presente que la comunicación efectiva no depende de fórmulas solemnes ni de tecnicismos innecesarios. Depende, sobre todo, de conectar con el público de manera clara y honesta.

La próxima vez que alguien dude de la pertinencia de usar preguntas en un índice o en un título, bastará con recordar este ejemplo. Funcionó, llamó la atención, generó empatía y, sobre todo, cumplió con el objetivo central de cualquier documento público: ser leído y comprendido.

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